Sobre «La Médula» de Laura Lopez Morales por Alejandro Arriaga

Cuando lo propio se vuelve ajeno queda la opción de la nostalgia, la del terror o la de la poesía. En este caso es el lenguaje despojado el que transforma en poesía el lugar, las personas, los silencios, las ausencias. La Médula de Laura Lopez Morales es un libro que va hacia la infancia, hasta el pago chico, esa patria que representa la querencia. Lo interesante es que va hacia ese paisaje por un sendero distinto. Con un lenguaje personal, nos lleva a presenciar una claridad alucinada, fotos veladas que nombran lo que hay, lo que queda, con una crudeza crepitante.

Funciona el arquetipo del Comala de Rulfo en el sentido de volver sobre lo ausente pero el modo es completamente Chuncano. Se trata de una cartografía poética, se pone en el mapa un lugar, La Médula y con poemas como mojones se van definiendo los límites, las fronteras de los recuerdos, la memoria de esas mujeres resistiendo agrestes. Hay intemperie por todos lados, una intemperie en la mirada que permite ver otros costados en los restos y ahí se deja ver la historia de la gente. Abuelas, algarrobos, fuego. Funciona lo mítico, una narración que se repite circular sobre los días, la experiencia de esos seres apretados entre animales, tierra y cielo. La reconstrucción de esa escena con tanta belleza y fuerza solo es posible a través de la mirada de Laura.

La Médula es Latinoamérica, es su exuberancia en las carencias, sus guadales oníricos, sus presencias amenazantes, esa áspera ternura inconfundible. La Médula nos permite asomarnos a ver como se pone de pie la vida entre tanta fiereza, con la gracia que nace, crece, y muere. Luisa Futoronsky dice que en este libro hay algo así como un realismo cristalino, y sí, hay justeza, hay detalle, hay paciencia en la mirada de la poeta, hay brillo de ausencia en lo que se presenta. Es una ventana triangular y pequeña al sur. Esa pequeña ventana es desde donde vemos este tiempo extraño y extrañado. Se trata de volver, comprender rastros, marcas, reconstruir una historia de amor a las mujeres y de las mujeres con la tierra. Por todos lados los llanos, por todos lados la inmensidad y ese silencio.

El pan, el horno, los espejos, las creencias, el pozo, las primas, los corrales, las jarillas, los misterios de la noche. El libro reconstruye de un modo particular lo que Edgar Bayley llamaba riqueza abandonada, esa riqueza es producto de una mirada que revisa mil veces los perfiles de la escasez, del lenguaje entre dientes, de la desidia, del abandono. Con ese mismo lenguaje desértico recrea las gallinas, el atardecer y nos termina por decir, sin dudar, que La Médula se reconoce probando el sabor de su tierra.
Se reconstruye poema tras poema la artesanía del repliegue, de la resistencia frente a lo inmenso, a lo inconmensurable. Se lee como quien descifra huellas, marcas que van dejando en la arena las sombras de la noche. Poemas que vienen a explicar cómo guarecerse del sur, como reconocernos en lo ausente para mirar de frente al pasado, a los peligros del viento. La Médula es el mapa de una familia entre las espinas, un gesto puntual de generaciones de mujeres contra todo floreciendo en el monte.

La Médula hace con el despojo un lenguaje posible, un lenguaje sin anestesias, sin exageraciones, con sinceridad y con la ternura que queda. El peligro que merodea, un caballo suelto, un puma que ronda la noche con sus mensajes. Las palabras son espinas certeras que van pinchando justo en los únicos sentidos que se sostienen entre el silencio. El resultado es un libro luminoso, tal vez de una de esas luces malas que desprenden los huesos, pero a fin de cuentas es una luz. Postales nítidas de una historia familiar entre las marañas familiares que componen el monte. La Médula florece de noche como un cactus respira el aire de la ausencia. La Médula es un libro que vuelve con valentía a mirar un recuerdo, esas frutas desperdigadas, y nos deja en el mapa esa hermosura.

Alejandro Arriaga

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