El accidente y el misterio 2024

Taller anual de lectura y escritura «El accidente y el misterio»

Selección de producciones personales

 

Vacaciones en el mar

Cuando surgió la propuesta de ir a Uruguay, nunca dimensione que terminaríamos en un pueblo sin ningún tipo de servicios. Ni que hablar que me serviría para valorar las pocas comodidades que pensaba, tenía en mi pequeño dos ambientes sin balcón de Buenos Aires.

Tal vez fue la constelación familiar que hice unas semanas antes de ir al viaje que me llevo a enfrentar una vida sin un café cerca, sin una mísera dietética para comprar una galletita sin TACC, ¡Sin un puto super chino!

No puedo creer que hasta extrañé al chino. La deconstrucción no es lo mío. Tampoco mear de parada. No hay necesidad.

Sentí que estábamos en una especie de isla, ya que accedíamos solo con unos jeeps los cuales nos llevaban a la cabaña que se encontraba literalmente aislada. En el camino mi corazón empezó a latir a mil

Mi cuerpo en general arrancó con una serie de alertas que nunca es buena señal, pero vi la cara de felicidad de Julio, y toqué en mi bolso la cajita de Clona y me tranquilicé.

Mi suegra estaba totalmente excitada. La naturaleza la conectaba con una adolescencia hippie peronista que estaba muy a las antípodas de mi familia (De la cual yo mucho no decía).

Mentí cuando me preguntaron sobre Uruguay. Dije que cuando era chica con mi familia vacacionábamos en La Paloma, una especie de Cariló más rústico y popular. Pensé en ese momento que quedaba mucho mejor que decir que íbamos a Punta del Este.

íbamos a Punta no porque éramos ricos, sino porque queríamos serlo.

La percepción es todo. Hay que precipitar, diría mi vieja.

El primer shock, fue cuando me dijeron que no había luz. Recuerdo tímidamente decirle a Julio que necesitaba ver algo en la tv o en el celu antes de dormir, él siempre actuaba muy amorosamente conmigo y estaba al tanto de ¨Algunos¨ tocs que tenía, así que me dijo que no me preocupara. Una vez al día bajaríamos al pueblo y ahí podría cargar el celu.

Sentí un alivio enorme, que prontamente se fue cuando sacudí la frazada y encontré un alacrán. No hay necesidad, me repetía mentalmente. Pero enseguida Julio me dijo que compraría Raid en el pueblo, su madre intentó minimizar la situación para evitar que compráramos veneno, hasta que simplemente usé la palabra mágica: Alergia. Todos asintieron, sin indagar mucho sobre el tema.

El novio de mi suegra tenía unos movimientos excesivamente lentos y empecé a notar como eso me alteraba. Caminaba lento, fumaba, lento y hasta para tomar el mate tardaba como dos horas.

Julio se la paso fumando marihuana así que dudo tomara en cuenta la lentitud de este hombre, pero a mi suegra y a mí, nos sacaba bastante, y creó que esa complicidad nos ayudó en las vacaciones.

Me sentía como una hija adoptiva en su primera semana. Trataba de caer bien pero también sentía que del otro lado había predisposición. Igualmente, la semana se me hizo eterna.

El mar, la playa inmensamente vacía, la amplitud, el silencio, en fin, el supuestamente paraíso lo note bastante sobrevaluado.

 

Gisela Turkie

 

 

Él no la vio. Era demasiado tarde. El ruido de huesos aplastados por las ruedas del camión sería algo que jamás podría olvidar. Cuando se bajo estaba en Shock un sudor helado le recorría el cuerpo que tiritaba por completo. Sentía nauseas. Ni una palabra salía de su rostro pálido. En cuestión de minutos el lugar se llenó de personas que querían saber que había ocurrido. Allí sobre la carpeta asfáltica yacía las partes de un cuerpo destrozado, desmembrado. Un cuerpo sin vida.

Josefina a la edad de 5 añitos había quedado al cuidado de su seño de grado. Su padre hacia poco había fallecido. Su madre en ese momento estaba muy mal económicamente y sus problemas con el alcohol no ayudaban mucho. Con lágrimas pujando por salir y un nudo en la garganta recuerda que la dejo en la casa de la seño le dio un beso en la mejilla le dijo cuídate cariño ya pronto estaremos juntas y se marchó. Ella no entendía lo que sucedía. Todas las tardes cuando el reloj marcaba la hora de merendar ella salía corriendo al patio, para ver si al abrirse el portón la figura de su madre aparecía. La seño quien observaba esta escena al pasar los días se estrujaba de tristeza. En esa casa extraña, donde se sentía que no pertenecía, vivía el hijo más grande de la seño. Cuando estaban a solas él la invitaba a jugar a la casita. Le decía que era su mujer y que tenía que demostrarle cariño. Pasaron muchos años para poder comprender lo que le había hecho.

Josefina en su interior llevaba un gran agujero negro. Una huérfana ante la vida con una existencia miserable. Descubrió una especie de placer cuando se infligía dolor. Al principio comenzó a clavarse alfileres en distintas partes del cuerpo. Luego cuando eso ya no la saciaba compró una trincheta y comenzó hacerse pequeños cortes en los brazos y los muslos. Pero necesitaba sentir más, compró una gillette e hizo pequeños cortes en sus muñecas, cuando la sangre comenzó a correr manchando su ropa y luego el piso del baño se detuvo. Apretó fuerte y volvió a conectar con su vacía existencia. A veces se sentaba en un banco de la plaza a observar pasar las personas y sus mascotas. Ella sentía que un animal sabía lo que era recibir amor, cariño y cuidado. Se preguntaba qué era lo que la mantenía unida a este mundo. No sabía lo que era el calor de un hogar, que alguien te abrace y te diga: No te preocupes cariño todo va a estar bien. Se sentía maldita ocupando lugares que no le pertenecían ¿Alguna vez algo le perteneció?  ¿Se puede reparar algo que vino defectuoso de origen? Cuando sentía en el aliento de algún allegado la halitosis a alcohol no podía evitar que su mente recordará a su madre. ¿Estaría viva? ¿Por qué la abandono? ¿se acordaría de ella? A veces soñaba con una tierra húmeda y oscura, le provocaba placer el contacto con su piel desnuda. Nada la entusiasmaba. No sabía si su corazón aún latía.

Del lugar que ocupa una Matrioskha dentro de otra, el hecho de que una esté dentro de la otra significa que una madre da a luz a su hija, y la hija a otra hija y así sucesivamente. ¿Qué sucede cuando ese orden se rompe?

Juliana Baudracco

 

Los perros del barrio

Chanchón: Es petiso y todo blanco. Adulto. Si me preguntan a mí, se parece más a una foca bebé que a un chancho. Me cae bien porque tiene la energía de un perro que la tiene clara.

Charly: De tamaño chiquito y peludo. Se pasea por todas partes. Cachorro. Me cae mal porque hace caca en el porche de la casa en la que vivo. Muy atrevido.

Burrita: Es marrón, suave y te cuenta cosas con los ojos. Parece un zorro y si te agachás te abraza. De las hembras, es mi preferida.

Perro: La más peluda de la cuadra. Fue Samuel quien me dijo que se llama así. Samuel tiene cuatro años y botines nuevos. Hace poco el pitbull de enfrente se escapó y la agarró en la vereda. No la volví a ver.

Luna: Es negra y fuego. De mirada intensa y ladrido convincente. Cuando está sola no me deja pasar. Cuando está en compañía se acerca para que la acaricie.

Amigazos: Son grandotes y tranquilos. Toman sol echados en el pasto. Uno es policía y creo que hembra. El otro, cruza de policía y otra raza que le suaviza la actitud. A veces me lame la mano.

Negra y Negro: Tienen el pelo corto. Ella es adulta y lo sé porque las canas en su hocico la delatan. Anda suelta. Él parece más joven y vive atado. No me gusta que aten a los perros.

Guardián: Es la perfección hecha animal. Macizo, fuerte, con la cabeza grande. Se mueve como felino y se dedica a correr a los autos que pasan por la avenida. Un día me miró y me animé a tocarlo. Es de terciopelo. Cuando consiga una casa más grande me lo traigo a vivir conmigo. Se me hace que le va a gustar subirse a la cama. Y a mí también.

 

Lú Barrenechea

 

 

La cicatriz

 

Al despertar, lo primero que vio fue a la mujer desnuda, sentada en la cama, prendiendo un cigarrillo.

-No es bueno fumar antes de desayunar.

-No es bueno fumar en ningún momento- respondió ella.

El hombre se incorporó y dejó a la vista su torso desnudo.

-¿Y esa cicatriz?

La mujer recorrió la cicatriz con el dedo índice.

-Es de hace mucho.

-Es grande.

El hombre se miró la cicatriz.

-¿Cómo fue?

La mirada del hombre volvió a los ojos de la mujer. Unos ojos grandes y negros que miraban con desparpajo. Se habían conocido la noche anterior. La seguridad y la franqueza de ella lo habían intimidado un poco, pero había sido una gran noche. Al dormirse se sentía casi feliz y por la mañana se descubrió deseando agasajarla con un buen desayuno.

-¿Café o té?

-¿No me vas a contar?

El hombre se levantó de la cama y buscó el jogging negro que había comprado a un mantero nigeriano unos días atrás.

-Es una larga historia. Voy a preparar el desayuno.

-Prefiero café.

-Café, entonces.

El hombre fue hasta la cocina y puso la pava al fuego. Ella apareció desnuda, con un vaso en la mano donde dejó caer cenizas, fumó una última pitada, abrió la canilla y apagó con agua lo que quedaba del cigarrillo. El hombre abrió una puerta del bajo mesada y cuando ella se inclinó para tirar la colilla en el tacho de la basura, él vio cómo las tetas pequeñas y carnosas de la mujer se movían hacia adelante.  Le gustaba que no fuera una mujer pudorosa. Decidió que si seguía insistiendo iba a contarle la historia de la cicatriz.

Cortó cuatro rodajas del pan integral de molde y las puso a tostar. Coló el café, sacó la mantequilla y la leche de la heladera y un frasco de mermelada del aparador. Calentó la leche en el microondas y acomodó todo en la mesa de la cocina. Mientras tanto ella salió y regresó ya vestida.

-¿Leche?

-No, gracias.

El hombre se sirvió un chorrito de leche. La mujer consultó el celular.

-Me queda una hora, por suerte estoy cerca de la oficina. ¿Alcanzará?

El volvió a admirar sus francos ojos negros. Sonrió y empezó a contar:

-A los veinte años decidí que no iba a seguir trabajando con mi viejo, iba a ser escritor. Y pensaba que para ser escritor tenía que salir a ver el mundo. ¿Sobre qué iba a escribir en el pueblo de diez mil habitantes en el que me había criado? A mi padre no le gustó. Él no leía libros y no creía que se pudiera vivir de escribir. Cuánta razón tenía. Pero era un buen tipo, me pasó algo de plata y me dijo que no dejara de avisarle si alguna vez estaba en problemas. Mi mamá lloró varios días seguidos, soy hijo único. Arranqué hacia el norte, en un micro hasta Jujuy. De ahí pasé a Bolivia y estuve unos días en La Paz. No es fácil La Paz, cuesta respirar y siempre estás bajando o subiendo escaleras. Me quedé unos días porque justo me tocó el carnaval y era pintoresco, pero después me empecé a aburrir. De ahí seguí viaje a Perú. Llegué a Arequipa en la caja de un camión. Una ciudad preciosa. ¿Conocés Perú?

-No.

-En Lima se me acabó la plata y conseguí trabajo en un restaurante. Ahí empecé a consumir cocaína con algunos personajes que no hubieran gustado mucho a mi madre. Ahí comenzó mi desmadre, como diría mi amigo el gallego. En el restaurante conocí a una francesa que me llevó a vivir a una comuna hippie en la montaña. Un lugar alucinante. Había cultivos de coca alrededor pero no consumíamos cocaína, fumábamos marihuana y comíamos hongos alucinógenos. Genevieve me hablaba de las estrellas, de la energía universal y del tarot. Era una campesina del norte de Francia, más fuerte que yo. Un día decidió seguir viaje hacia el sur, quería conocer Argentina. Yo seguí hacia el norte. En Quito trabajé en otro restaurante. En esa cocina también se consumía mucho alcohol y cocaína. Ahí me quedé un par de meses. Era una ciudad agradable. Clima agradable, lindos paisajes. De ahí me fui a Guayaquil. Guayaquil es un puerto y hacía mucho calor. No me gustó ni un poco y al tercer día me embarqué en un pesquero. Ahí descubrí dos cosas que me sorprendieron especialmente. Una fue la variedad y el colorido de la fauna marina. Y la otra, que los pescadores son aún más merqueros y borrachos que la gente que trabaja en cocina. Del barco me bajé en el puerto de Buenaventura, en Colombia. Para mí no fue ninguna buenaventura, ahí me gané la cicatriz.

-Parece el nombre de un personaje de García Márquez.

-Es cierto, pero es el puerto más importante de Colombia. Los colombianos resultaron ser unos tipos de lo más simpáticos. Y las colombianas también. Total, que hice varias amistades, no de las más recomendables. Muchas noches de fiestas. Caña, perico, cumbia y salsa. Cuando me quedé sin un mango empecé a vender droga, casi sin darme cuenta. Como yo era el más blanquito de la banda, la policía me ignoraba y el dealer para el que laburaba me consideraba su empleado estrella. Un día, me metió en una estafa con tarjetas de crédito, prácticamente a prepo. A pesar de mis nervios, la estafa salió bien y esa noche festejamos en un restaurante de categoría. Éramos tres y bebimos alcohol de más. Mis compinches se vanagloriaban a viva voz de los diez mil dólares que ganamos. Y resultó que en la mesa de al lado estaba comiendo un policía. Cuando salimos nos esperaban varios agentes de civil.

Sin dejar de hablar, el hombre observó las manos de la mujer mientras esparcía la manteca en la tostada. Eran unas manos elegantes, de dedos largos y delgados. Un anillo en cada dedo medio.

-La cárcel era un auténtico infierno. Apenas entré en la celda vi que había por lo menos diez presos más. El calor era agobiante. Algunos andaban en calzoncillos y descalzos y los que no andaban en calzoncillos no tenían mucha más ropa encima. Me senté en el piso en el único rincón que estaba libre. Cagado hasta las patas estaba. Había un jefe, Cacique lo llamaban, que era un tipo ya canoso y era el único que estaba sentado en una silla. Todos los demás tenían menos de treinta años. En un momento noté que Cacique hablaba de mí y los que lo rodeaban se reían. Había un par que no dejaban de mirarme. “Rubio, vení acércate” me dijo en un momento Cacique, porque ahí algunos hablan de vos, como nosotros.

-¿Rubio?- preguntó la mujer, sonriendo.

-Sí. Eso muestras que Einstein tenía razón: todo es relativo. En mi pueblo me llamaban “el negro”. En la cárcel yo era “el rubio”. Sigo: A Cacique le faltaban varios dientes y su piel parecía la piel de un elefante. Me preguntó de dónde era y señalando a los dos que me habían estado mirando, dijo: “Estos dos te quieren para que seas su querida”. Y ahí lanzó una carcajada. Yo miré a los dos, apenas un segundo. Estaban serios y me seguían mirando. “¿Qué decís?” Yo no soy la querida de nadie, le respondí. Cacique volvió a reír. “Resultó valiente el argentino” dijo. Ante este comentario varios de los presos que lo rodeaban se sonrieron y mostraron sus dentaduras agujereadas. Bueno, total que Cacique me dio otra opción. Si no quería ser la querida de esos dos tenía que pelearme con otro preso. Una pelea a cuchillo y con una de las muñecas mías atada a la muñeca del otro. Era un deporte común en la cárcel y sobre el que se apostaba.

-No te puedo creer.

-Creélo. En la cárcel pasan cosas que los que nunca estuvieron presos no se pueden imaginar.

-¿Y vos elegiste eso?

-Sí.

-Para que sea parejo, uno de los dos tiene que ser zurdo y hay muchos menos zurdos que diestros.

-Se nota que sos ingeniera. Tal cual, por eso no había show todos los días. Y dentro de todo Cacique era un tipo bastante legal, me puso a pelear con otro principiante que era más o menos de mi tamaño. El chabón estaba preso por haber matado a su mejor amigo en una borrachera.

-¿No era menos peligroso lo otro?

-¿Dejarme coger? No creas que no lo pensé, pero si me dejaba coger una vez me iban a seguir cogiendo mientras estuviera ahí adentro y no solo esos dos, sino todos. Y ni siquiera sabía cuánto tiempo iba a pasar ahí, podían ser años. No tenía opción. Te puedo asegurar que nunca en mi vida sentí tanto miedo como cuando me estaban atando la muñeca con el otro chabón. Creo que no me cagué encima porque casi no comía en esos días.

-¿Cuánto tiempo estuviste preso?

-Cuatro meses, dos de los cuales los pasé recuperándome del cuchillazo. Fueron veintitrés puntos y me los coció el médico de la cárcel. Una carnicería. Pero ahora ya apenas se ve.

-Bueno, apenas…

-No sabes lo que era hace veinte años. El narco pagó un abogado, coimearon a la gente del juzgado. Yo salí en libertad condicional, me escapé de Colombia y me vine a Buenos Aires. Nunca más cometí un delito y nunca volví a Colombia.

-¿No escribiste esa historia?

-La incluí en mi primera novela. No logré que me la publicaran, lo que me provocó rabia y resentimiento durante varios años, pero cuando la volví a leer mucho después vi todos los errores que tenía. Es mejor que permanezca inédita.

La mujer terminó su café y consultó la hora en el celular.

-Me queda media hora. ¿Volvemos a la cama?

 

Yuri Doudchitzky

 

 

 

Ya varios años que estoy en este hermoso lugar

que me gusta

y me encierra a diario

No puedo resistirme a salir

y caminar por el río

Disfrutar de cada uno de los lugares

que atrapan

por sus colores, formas y aromas

Nada más hermoso que el perfume de las flores de los paraísos

Árboles que no son autóctonos, son foráneos

como vos y yo

Según de qué lado del océano se mire

Varios cambios de luna que este Edén tiene

la idea fija de tenerme presa

en su belleza

Decir lo que escondo

en mis profundidades más guardadas

Desahogar mis aguas de miedo y amor

Me pregunto:

¿Hasta cuándo será limpio y natural todo esto?

¿Tendremos tiempo de disfrutarlo?

No quiero que nadie venga y ocupe estos espacios verdes

amarillos

y azules en todas sus gamas y tonos de colores.

Moverme en soledad habitando por momentos breves algunos pedazos de planeta

Camino brevemente con diversas personas

me atrapa observarlos y fingir que me importan

Ojalá sigan transitando sin modificar la naturaleza

sin corromper mis caminos

pequeños senderos que caminan y vuelan aves peregrinas

en busca de la Tierra prometida.

Lo natural versus lo humano-tecnológico

La globalización, las redes

Los espacios y el tiempo

Lo bello es naturalmente así porque ya tiene el mejor diseño de la creación

La magnificencia de su creador

Me gusta observar lo de fábrica y lo tuneado

A veces parece que lo modificado es más perfecto Arrimándose a la hermosura de un todo inmejorable superfluo y momentáneo

Prefiero los detalles del paso del tiempo

y la melancolía

de un ayer jovial y fresco.

La naturaleza y todos los seres vivos

emanan luz y vida

Se puede oler y tocar lo que vive

Es cálido, suave o áspero y seco

Si la muerte se acerca son muy calientes

como el monte en llamas

o frío como las manos de un anciano que parte.

Siento que soy mezquina

no quiero compartir mí río, mis piedras, mí agua clara, amarilla y fresca. Mi soledad, mi tristeza, mi miedo y mi amor.

Recorrer sin dejar huellas

por la arena entre las cascadas

amar con la mirada

y las manos mientras huelo el aire puro

que navega mis entrañas calientes y sorprendidas.

Te invitaría a pasear enamorándote de mis paisajes.

Te invitaría a tomarme la mano mientras te hago señas y que escuches los cantos de los pájaros.

Te invitaría a caminar conmigo mientras juntamos micas y piedras blancas.

Te invitaría a sentarte y a escucharte todos tus relatos y viajes.

Te invitaría a mirarme y que veas el reflejo del cielo en mis palabras.

Te invitaría a inspeccionar una ramita y adivinar como se llama.

Te invitaría a comer moras en el costado del río en un arbolito lleno de mugre que dejó la creciente.

Te invitaría a estar cerca de mí cuando cae la tarde y se pone re fresco el río.

Te invitaría a dormir junto a mí mientras espío el cielo y cuento las luces que se mueven.

Te invitaría a que me dejes contarte muchas cosas.

Me digo siempre, te invitaría. Mas aún no te invito porque si lo hago tendría que compartir mi río, mis piedras, mí agua clara, amarilla y fresca. Mi soledad, mi tristeza, mi miedo y mi amor.

Si no voy con vos

Prefiero ir sola al río.

Lo prefiero así.

 

Celia Sangalli

 

Déjame soñar un poquito

Déjame soñar que se puede

Hallar el camino del amor perdido

Algo de aquel paraíso escondido

Aquel que en tu presencia el dolor no existe

No sé bien quien fuiste

No sé bien como lo hiciste

Yo no sé qué designios te cruzaron

Solo se que mi vida estuviste para sostenerla

Único ángel guardián que mis manos sintieron

Déjame soñar un poquito

Déjame soñar que se puede

Hallar el camino del amor perdido

Algo de aquel paraíso escondido

Aquel que en tu presencia el dolor no existe.

 

Daniel del Carrizal

Un espacio posible

Por Alejandro Arriaga, sobre el libro de Guillermo Mena “Olvidarse del paisaje” editado por Bosquemadura, editorial de arte.

Una vez entré a una casa incendiada, además de generarme una emoción tristísima también me quedé obnubilado por ciertos trazos y formas que el carbón y las llamas fueron diagramando mientras velozmente tragaba esa materia. Olvidarse del paisaje es el libro de Guillermo Mena, la primera publicación de Bosquemadura, una editorial de arte super interesante. Lo primero que veo es la tapa, el título “Olvidarse del paisaje” descansa sobre un fondo negro con un dibujo blanco. Blanco y negro, el juego de contrastes y negativos, la simpleza y la potencia. La luz. Este libro es un dispositivo compuesto por las obras gráficas de Guillermo Mena, una serie de poemas que se intercalan escritos por él autor y a su vez tiene un prólogo de la directora de la editorial Adriana Musitano y un trabajo teórico de Gabriela Milone.

Me encanta que sea una editorial que se pregunta por lo material, que reflexiona sobre el lenguaje. También el autor reflexiona sobre el lenguaje, las ilustraciones de mena tienen una génesis anterior al resultado artístico que tiene que ver con el proceso que hay hasta llegar de la madera al carbón que el artista utiliza. Es importante cuando las editoriales y los artistas son creativos sin dejar de ser parte de este mundo, de interpelarlo, de dudar, de buscar, de moverse para recrear un espacio posible. Bosquemadura es un espacio posible. Este libro habla de lo que nos pasa, reflexiona sobre lo que podemos hacer, el autor dice, “los fuegos marcan / un mapa sin salidas”. Los trazos de Mena son para mi más felices, presentan como posible el ejercicio del pensamiento, de la reflexión y claro, también el de la belleza.

A continuación, les compartimos información sobre Bosquemadura, una editorial de arte.

Bosquemadura

El nombre de nuestra EDITORIAL DE ARTE nace de nuestro respeto por el bosque. Creemos en el equilibrio perfecto de las energías renovables y, como parte de este compromiso, hemos optado por no utilizar papel para reducir la extracción de madera, sino pantallas, sus luces, sombras, colores, imágenes, sonidos, música y palabras…

Esta editorial pretende convertirse en un espacio creativo donde se puedan publicar libros de arte digitales e interactivos de diferentes autores. Partimos de una noción amplia de “libro de arte” para llegar al corazón del bosque digital y así poder desarrollar nuevas formas de lectura en un nuevo entorno. Nuestro objetivo es utilizar energías creativas y tecnológicas que conduzcan a nuevos caminos para el disfrute y la comprensión del arte, desde diversas perspectivas de las artes visuales y literarias en conjunción con escritos, entendimientos y miradas.

El nombre de nuestra editorial proviene de un poema de Xavier Villarrutia (México, 1903 1950), “mi bosque madura”. El poema reconoce que el bosque y la selva, la oscuridad o la luz, ya sea en poesía o en filosofía, son imágenes que expanden nuestras formas de pensar y crean posibilidades y simbolismos similares a los que se encuentran en las obras de Dante, Hölderlin, Rilke, Heiddeger, Zambrano, Cardenal, Borges, Juan L, por nombrar algunos. Por lo tanto, publicar significará crear arboledas, dejar que los árboles crezcan en medio de una variedad de prácticas culturales para que podamos encontrar refugio en su actividad poética.

En nuestras publicaciones, los libros digitales abren pequeños intersticios en la división entre texto e imagen, intentando superar fronteras y explorar nuevos métodos de representación/comunicación/presentación. En los libros de artista, los creadores están presentes y siguen de cerca su elaboración junto con el equipo de edición. De esta manera, el atractivo de nuestros libros radica en su formato, su enfoque interactivo y la proximidad al lector. Si bien ha habido ediciones de libros de artista publicadas en medios digitales, que sepamos, ninguna editorial se centra específicamente en la producción de libros de arte nativos digitales, al tiempo que se compromete a una estrecha colaboración con sus creadores. Sabemos que los libros de artista digitales son árboles dispersos, aún no lo suficiente como para considerarlos un bosque. Gracias a su precio y accesibilidad, nuestros libros digitales serán una fuente de disfrute para muchos lectores dispersos por todas partes, alejándose así de los aspectos excluyentes de los libros de arte impresos en papel (precios excesivamente altos y no siempre disponibles en las tiendas). Nuestro objetivo como editorial es que cada lanzamiento ofrezca al lector un objeto digital atractivo que le atraiga por su presentación visual y textual, la disposición de cada página y el ambiente poético resultante.

En el catálogo de Bosque madura se encuentran artistas plásticos, narradores, ensayistas, poetas, videoartistas, cineastas, ilustradores, fotógrafos, actores, músicos, cantantes y todo aquel artista que considere relevante presentar su trabajo de manera interactiva e hipermedial; que desee mostrar formas, figuras y sonidos para crear experiencias sensoriales, pasionales, sociales y políticas. Porque en los libros digitales, como dice Crespo Martín (2016), “el artista transforma su rol al producir y poner a disposición una estructura de contenido que se desarrolla a través de la interacción con el lector-espectador cada vez que se lee o se visualiza el libro”. Un lugar especial estará reservado para los artistas de nuestros territorios del Sur y de América Latina. Sin establecer jerarquías, valoramos la toma de riesgos, la experimentación, las exploraciones estéticas intensas y las responsabilidades sociales para adquirir el conocimiento de aquellas cuestiones políticas y ecológicas que nos preocupan y demandan reflexiones, respuestas, acciones…

Sobre «La Médula» de Laura Lopez Morales por Alejandro Arriaga

Cuando lo propio se vuelve ajeno queda la opción de la nostalgia, la del terror o la de la poesía. En este caso es el lenguaje despojado el que transforma en poesía el lugar, las personas, los silencios, las ausencias. La Médula de Laura Lopez Morales es un libro que va hacia la infancia, hasta el pago chico, esa patria que representa la querencia. Lo interesante es que va hacia ese paisaje por un sendero distinto. Con un lenguaje personal, nos lleva a presenciar una claridad alucinada, fotos veladas que nombran lo que hay, lo que queda, con una crudeza crepitante.

Funciona el arquetipo del Comala de Rulfo en el sentido de volver sobre lo ausente pero el modo es completamente Chuncano. Se trata de una cartografía poética, se pone en el mapa un lugar, La Médula y con poemas como mojones se van definiendo los límites, las fronteras de los recuerdos, la memoria de esas mujeres resistiendo agrestes. Hay intemperie por todos lados, una intemperie en la mirada que permite ver otros costados en los restos y ahí se deja ver la historia de la gente. Abuelas, algarrobos, fuego. Funciona lo mítico, una narración que se repite circular sobre los días, la experiencia de esos seres apretados entre animales, tierra y cielo. La reconstrucción de esa escena con tanta belleza y fuerza solo es posible a través de la mirada de Laura.

La Médula es Latinoamérica, es su exuberancia en las carencias, sus guadales oníricos, sus presencias amenazantes, esa áspera ternura inconfundible. La Médula nos permite asomarnos a ver como se pone de pie la vida entre tanta fiereza, con la gracia que nace, crece, y muere. Luisa Futoronsky dice que en este libro hay algo así como un realismo cristalino, y sí, hay justeza, hay detalle, hay paciencia en la mirada de la poeta, hay brillo de ausencia en lo que se presenta. Es una ventana triangular y pequeña al sur. Esa pequeña ventana es desde donde vemos este tiempo extraño y extrañado. Se trata de volver, comprender rastros, marcas, reconstruir una historia de amor a las mujeres y de las mujeres con la tierra. Por todos lados los llanos, por todos lados la inmensidad y ese silencio.

El pan, el horno, los espejos, las creencias, el pozo, las primas, los corrales, las jarillas, los misterios de la noche. El libro reconstruye de un modo particular lo que Edgar Bayley llamaba riqueza abandonada, esa riqueza es producto de una mirada que revisa mil veces los perfiles de la escasez, del lenguaje entre dientes, de la desidia, del abandono. Con ese mismo lenguaje desértico recrea las gallinas, el atardecer y nos termina por decir, sin dudar, que La Médula se reconoce probando el sabor de su tierra.
Se reconstruye poema tras poema la artesanía del repliegue, de la resistencia frente a lo inmenso, a lo inconmensurable. Se lee como quien descifra huellas, marcas que van dejando en la arena las sombras de la noche. Poemas que vienen a explicar cómo guarecerse del sur, como reconocernos en lo ausente para mirar de frente al pasado, a los peligros del viento. La Médula es el mapa de una familia entre las espinas, un gesto puntual de generaciones de mujeres contra todo floreciendo en el monte.

La Médula hace con el despojo un lenguaje posible, un lenguaje sin anestesias, sin exageraciones, con sinceridad y con la ternura que queda. El peligro que merodea, un caballo suelto, un puma que ronda la noche con sus mensajes. Las palabras son espinas certeras que van pinchando justo en los únicos sentidos que se sostienen entre el silencio. El resultado es un libro luminoso, tal vez de una de esas luces malas que desprenden los huesos, pero a fin de cuentas es una luz. Postales nítidas de una historia familiar entre las marañas familiares que componen el monte. La Médula florece de noche como un cactus respira el aire de la ausencia. La Médula es un libro que vuelve con valentía a mirar un recuerdo, esas frutas desperdigadas, y nos deja en el mapa esa hermosura.

Alejandro Arriaga

Canchira

Poesía Ambiente presenta Canchira 

Canchira (Sierra madre) 

Bautizamos así el espacio para recibir al artistas en el Nodo Multicultural 

 

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